by Ignasi Taló.
Demasiados cocineros estropean
el caldo, dicen los ingleses. Tal vez esto es lo que nos ha pasado con el
deporte de base, que empezó siendo un juego y lo hemos desnaturalizado,
convirtiéndolo en un intento vano de emular al deporte profesional.
¿Por qué debemos ser los
adultos quienes creamos y diseñemos el deporte para los niños, tratando de
llevarlo a la profesionalización, a la especialización y a la competición? ¿No
deberíamos darles la voz a ellos, para que el juego siga siendo un juego?
La respuesta a esta cuestión
es sí: un buen número de expertos afirman que los niños buscan acción,
libertad, inclusión, competencia, conexión y personalización. Y, por el
contrario, los que les organizamos el deporte les ofrecemos competición,
rendimiento y especialización.
Un estudio publicado en 2014
en el Journal of Physical Activity and Health concluía que a los niños lo que
más les gusta es intentar dar lo mejor de sí mismos, que el entrenador les
trate con respeto y jugar. Y lo que menos les importa es ganar, participar en torneos,
tener entrenadores especializados, conseguir medallas y que les saquen
fotografías. Curiosamente, lo que más nos gusta a los adultos.
Y la puntilla la ponen los
niños cuando se les pregunta cuál es su principal temor. Según otro estudio, la
respuesta no son las lesiones o perder una en competición: es el estrés, la
ansiedad.
Devolvamos el deporte a los
niños, que se diviertan, experimenten y jueguen. Y que los adultos disfrutemos
mirándoles
Estrés y ansiedad que
provocamos los adultos en los niños. Lo hemos comprobado con las restricciones
de público durante la pandemia. Es triste, pero sin la presencia de los padres,
los niños han jugado mejor, han disfrutado más del juego… Y no es un fenómeno
local, en Estados Unidos han vivido la misma experiencia. Está claro que algo
estamos haciendo mal.
Tom Farrey, directivo de Aspen
Institute of Sports, se planteaba hace tres años en The New York Times qué
debería cambiar en el modelo del deporte americano, que obtiene tantas medallas
olímpicas, pero al mismo tiempo cuenta con una de las poblaciones más
sedentarias del mundo, con altísimos índices de obesidad.
La fórmula la encontró en el
deporte noruego. Este pequeño país de cinco millones y medio de habitantes se
adelantó en el tiempo. En 1987 se plantearon esta cuestión, pusieron a pensar a
bastante gente, realizaron estudios y diseñaron un modelo que se sigue en todo
el país, el Children’s Rights in Sport y que básicamente consiste en que hasta
los 13 años se favorece que el mayor número de niños practiquen varios
deportes, restando importancia a la competición y a las clasificaciones, y
permitiendo que sea el propio niño el que decida qué deporte o deportes quiere
hacer y cuántos días quiere entrenar.
En definitiva, dejar que los
niños sean niños, que experimenten y se diviertan, sin exclusiones, sin
abandonos, sin jóvenes quemados, que el juego siga siendo un juego. Y para que
lo disfruten los niños y los padres con ellos. Y a partir de los 13 años
empieza la especialización y la competición.
El resultado es que en Noruega
el 93% de los niños practican deporte y sus deportistas profesionales tienen
éxito: primeros en el ranquin de medallas en los JJ.OO. de Pyongyang (2018) y
por delante de España en el medallero de los JJ.OO. de Tokio.
Una historia explicada por Simone
Biles puede aportarnos también luces para resolver el problema. Siendo una
niña, preguntó a su madre adoptiva (en realidad era su abuela) por qué no iba a
verla a todas las competiciones y gritaba como el resto de padres. La sabia
respuesta fue: “Soy tu madre, no tu fan”.
Devolvamos el deporte a los
niños, que se diviertan, experimenten y jueguen. Y que los adultos disfrutemos
mirándoles. Así devolveremos el deporte a los niños y viviremos el lema del
deporte noruego: “Joy of sports for all”.
FUENTE ORIGINAL: Mundo Deportivo